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Adaptarse a los cambios
Si algo llama la atención en nuestros días es la rapidez con que acaecen los cambios, especialmente en el ámbito de la educación. En este campo, en efecto, las novedades su suceden con velocidad de crucero: leyes y regulaciones cambian incesantemente, revolucionarias metodologías docentes sustituyen a las antiguas, asombrosos instrumentos tecnológicos para la enseñanza suplantan a otros a ritmo de vértigo.
Todo cambia y muy deprisa. Pero quedarse inmóvil, quejándose de la situación, no conduce a nada. Si el mundo cambia, es evidente que no podemos seguir haciendo de la misma manera lo que antes hacíamos. Una actitud semejante nos convertiría en obsoletos y desfasados. Ahora bien, tampoco se trata de salir corriendo a toda velocidad y hacia cualquier sitio. La única postura eficaz ante los cambios no es añorar el pasado, sino abrir con prudencia rutas novedosas y explorar nuevos caminos para responder a las exigencias de lo nuevo. Buscar el ritmo justo es la actitud del sabio.
Educación y robótica
La historia nos enseña que los grandes descubrimientos de la humanidad, especialmente los tecnológicos, nunca han traído consigo solo bendiciones. Y esto, que es cierto en todos los ámbitos de la vida, lo es de una manera especial en el campo de la educación. Parece inevitable que en el futuro las máquinas desempeñen un papel cada vez más importante en los procesos educativos. Aunque solo sea por el interés mercantil que muchas grandes empresas tienen en el asunto. Pero si este uso masivo no se complementa con enseñanzas que las máquinas no pueden transmitir, las consecuencias sociales podrían ser desastrosas a medio y largo plazo.
De manera muy resumida podemos decir que las nuevas tecnologías ofrecen a sus alumnos información pero no conocimiento. Y es que conocer no significa sólo disponer de informaciones dispersas, sino también, y sobre todo, adquirir la capacidad de integrarlas en una visión unitaria y coherente de las cosas, dotarlas de sentido y manejarlas críticamente. Navegar por redes que propician el sometimiento pasivo a riadas y riadas de informaciones, generadas por empresas o individuos que no albergan la menor intención de formar la mente humana, sino la de conquistar audiencias y obtener beneficios, podría convertir a la larga a la sociedad humana en una especie de termitero.
Domesticación social
La pasividad moral y la ausencia de sentido crítico en amplios sectores de la población, algunos tan sensibles como la juventud, podría conducir rápidamente a un nuevo colonialismo, el del conocimiento, el más grave de todos los colonialismos que la humanidad ha padecido hasta la fecha. Y es que quienes controlen los procesos educativos y las técnicas de la información y de la comunicación, se constituirán en la nueva clase dominante, ya que su poder se apoyará en el monopolio del conocimiento, la más valiosa de las materias primas de que el hombre dispone. La concentración de poder en la esfera de la información conducirá a que unos pocos impongan a muchedumbres cada vez más grandes los puntos de vista que apoyen sus intereses.
Si esto se produce alguna vez, se habrá firmado la sentencia de muerte de todos los inconformistas, los poetas, los heterodoxos y los soñadores. Y, desde luego, de los filósofos.
Omnipresencia del mercantilismo
Esta actitud no es más un indicador de los principales criterios por los que la investigación y la transmisión de conocimientos se rigen en nuestros días. Criterios que casi siempre son puramente mercantiles; o que buscan de manera casi exclusiva el prestigio inmediato. Lo que, a pesar de sus proclamas publicitarias, suelen favorecer los gobiernos y las grandes empresas, no son las tecnologías seguras y respetuosas con el hombre y su ambiente, sino proyectos capaces de reportar poder político o beneficios económicos de manera inmediata. Y es que lo que cuenta para muchas empresas tan multinacionales como anónimas, no son las condiciones de producción, ni el destino de sus asalariados o de los países, sino la cuenta de resultados a corto plazo.
Estamos desarrollando costosísimas técnicas médicas para algunas enfermedades, mientras gran parte de la humanidad carece de las vacunas más elementales; enviamos hombres a la luna y sofisticados vehículos al espacio para estudiar el sistema solar, al tiempo que grandes capas de la población humana no tienen acceso a la cultura y educación más elementales; y construimos, a un precio elevadísimo, armas capaces de borrar la vida humana de la faz de la Tierra, en tanto muchos hombres se mueren de hambre y no disponen de agua potable.
El paso de los años está demostrando que una concepción demasiado pragmática y utilitarista de la investigación y de la educación es unilateral e insana; y que, a la larga, genera disfunciones sociales peligrosas. Una sociedad sometida a la necesidad del éxito inmediato, y que sólo vive en el corto plazo de la rentabilidad económica (producir cada vez más, cada vez más deprisa y cada vez con menos costos), conduce inevitablemente a frustraciones personales y genera ciudadanos carentes de proyectos vitales ilusionantes. O multiplica el número de suicidios, solo aparentemente incomprensibles.
¿Qué hacer?
No nos engañemos: Va a ser muy difícil luchar eficazmente contra los instintos de agresividad, posesión y dominio, tan profundamente arraigados en nuestras disposiciones genéticas. Es posible que la tragedia de nuestros días consista en no ser capaces de priorizar el bienestar de las personas singulares cuando se trata de determinar qué cosas son importantes y qué cosas no lo son. Con lo que lo único que a la postre conseguimos nos es que los hombres sean más felices, sino que produzcan más y estén mejor informados.
Cambiar el rumbo de las cosas implicaría, a corto y medio plazo, muchos sacrificios personales y colectivos, difícilmente aceptables, si no se parte de valoraciones morales distintas de las comúnmente admitidas en nuestros días. Si hay que evitar a toda costa la impopularidad, si lo único que cuenta es el triunfo personal inmediato y si el único criterio de discernimiento es la fría racionalidad de los balances económicos, será muy difícil poner coto al egoísmo personal y colectivo.
Es posible que se deba a deformación profesional. Al fin y al cabo, soy agustino. Pero considero que la última raíz del problema no radica sólo en la tecnología, como a veces se pretende, sino que tiene también naturaleza moral. Mi opinión es que el problema nunca será resuelto de manera satisfactoria sin el recurso a referentes éticos absolutos y comúnmente compartidos. Una mayor y mejor investigación es un instrumento muy apropiado para corregir errores. Pero no basta con eso, porque los hombres son demasiado egoístas a la hora de tomar decisiones que puedan disminuir su bienestar personal.
Ahora bien, es posible que todo cambiase si los principios de que suele partirse en nuestros debates fuesen distintos y ampliamente compartidos. Por ejemplo, si se viese en el hombre un reflejo, todo lo pálido y lejano que se quiera, de un Absoluto. O si la historia del mundo fuese considerada como la laboriosa y progresiva realización de un proyecto de amor. O si se viese en una Instancia Trascendente la ruta intemporal de todo orden y el amor final que todo lo abarca.
Conclusión
Desde hace años suelo concluir mis intervenciones públicas defendiendo y recordando que la obligación de los gobiernos democráticos consiste en garantizar a las familias la educación de sus hijos, pero no en imponer un tipo de educación unitario para todos. Son los padres quienes deben elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Esto es todavía más importante que dejar a la libre elección de los ciudadanos el tipo de alimentación o de trasporte que quieren utilizar.
Se oye con mucha frecuencia, sobre todo en algunos ambientes, que solo debería existir la enseñanza pública; y que en ella solo deberían ser impartidos conocimientos neutros y objetivos, relegando la transmisión de valores, sobre todo los de índole moral y religiosa, al ámbito de la esfera privada. ¡Como si la renuncia a transmitir valores morales y religiosos no fuese ya un valor!
La neutralidad axiológica es en sí misma un valor, por lo que se aviene bastante mal con el espíritu democrático en que se quiere fundamentar. Además, se opone a las leyes y es un atentado contra la riqueza y la variedad del mundo.
Muchas gracias por su atención.
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